A veces una palabra me asalta y durante días, semanas enteras, da vueltas en mi cabeza. No sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que está allí, presente en cualquier momento y que me domina, no puedo olvidarla: retumba en mi cerebro todo el tiempo, hasta que lentamente se olvida. Puede ser cualquier palabra. Pero diría que hay algunas constantes: se trata de términos exóticos, coloridos y en algunas ocasiones hasta nombres… de personas, de lugares… ¿Quién me habrá impuesto esta carga que tortura mi mente? Sí, ya sé, es cosa mía nomás.
Decía que me asaltaban en los momentos más insólitos. Es así. “Averroes” puede sorprenderme mientras me ducho y recordarme a Juan de Arco, en una de sus batallas memorables. “Extrusión” a la hora de la oración me retrotrae a los “Versos Satánicos” de Salman Rushdie. “Rocambolesco”, mientras hago el amor, me recuerda las hazañas del héroe del folletín francés. “Retruécanos” y “Carámbanos”, al amanecer, mientras busco afanosamente el despertador para apagarlo y ganar unos minutos más de sueño, me rememoran aquellas figuras extravagantes de nuestra lengua. “Mort Cinder” le susurré alguna vez a una jauría de callejeros para me dejara en paz, pero parece que no conocían al personaje de Oesterheld y me desgarraron las ropas a tarascones. “Urriolabeitía” también me persiguió por un tiempo, lo que me lleva a concluir que los apellidos vascos mantienen ocupado mi cerebro. “Behaviorismo”, no sé durante cuánto resonó en mis neuronas. “Agamenón”; “trashumante”; “Eurípides”; “Casiopea”; “urbi et orbi”; “Nostromo”; “dentibus albis”; “veritas veritatis”; “Netanyahu”, y cuántas otras palabras son objeto de tormento. También las hay en otros idiomas (aparte de los clásicos). “Oblivion”, “Pussicats”, “Avalon”, “verba vana”…
En ciertos momentos me parecen piedras preciosas del léxico, con las que juego tanteando su valor en onzas. Pero en otros las tengo como un castigo, una repetición involuntaria que me tortura. ¡No puedo olvidarlas! Me siento como “Funes, el memorioso” de Borges, aquel personaje de memoria prodigiosa que acumulaba cada momento vivido, cada palabra dicha, cada sensación, cada lugar conocido, cada sabor degustado con precisión de un ordenador. ¡Tanta memoria que lo lleva a la locura!
Cuando me dejo ganar por un aire racional, argumento que en realidad la parte cognitiva de mi cerebro lo que hace es macerar lentamente esas palabras, repitiéndolas, digiriéndolas lentamente. Aunque el término más adecuado parece ser rumiarlas. Lo único que me devuelve la cordura es que, pasado un tiempo, me olvido de ellas, desaparecen. Tal es así que ahora me cuesta enumerarlas. Otras veces debo lamentar el olvido fatal de palabras, nombres, lugares, hechos, como un agujero negro que se devora mi memoria léxica. De vez en cuando, después de un rato vuelven a mí, pero casi siempre naufragan inexorablemente en el olvido.
Cuando las palabras me flagelan sin poder sacarlas de mi cabeza, o cuando las olvido definitivamente, me suena a tragedia. Siento una amargura, ya sea porque no las puedo olvidar, o porque ya las olvidé. ¡Extraña condena! Cuando eso ocurre, miró con ansiedad la ventana de mi departamento, en el séptimo piso de este edificio. Miro a través de ella y me invade la palabra “acrofobia”, el temor a las alturas, o más bien “vértigo”. El vacío me atrae. Pero me alejo de la ventana y me tranquilizo… y vuelvo a sentarme frente a la computadora para seguir olvidando el futuro.
Muy bueno Gran Espeche. Descubra ese escritor que hay en usted!
ResponderEliminarRobertovs